En la segunda mitad del siglo pasado y en los primeros años del presente, la inmigración española en el Estado fue muy abundante. Más o menos en 1883 los jóvenes hispanos, en unión de los tabasqueños, formaron la estudiantina. Este grupo con traje semejante al del estudiante universitario español de la época, iba por las calles y las plazas cantando; los estudiantes llegaban a las casas de familia y deleitaban a los oyentes con sus coros y dúos. Era precisamente en los días del Carnaval. La gente del pueblo lo asimiló y acogió de tal modo que de entonces acá ha habido muchísimas estudiantinas y en un mismo carnaval se han presentado tres o cuatro, «una o dos por cada barrio».
ESTUDIANTINAS
Cuando van por la calle los músicos tocan guitarras, violines e instrumentos especiales. Los amantes de la música son los jefes de la estudiantina, generalmente el organizador es el bastonero.
Los trajes son negros, bordados con lentejuelas de colores, llevan capa, y el sombrero tiene una parte del a la doblada y lleva un espejo y unos cubiertos. En las casas donde los reciben les obsequian dulces, refrescos, galletas o dinero. Han agregado, además del coro estudiantil, «una pareja de negros» con trajes diferentes a los del grupo; éstos, cantan y bailan usando la forma en que los negros pronuncian el español; dialogan; «Negra, negruita linda, si tú me quereé, yo te querré». La negra contesta: «Negó, si no eres falso, te adoraré».
MARIPOSAS
En los domingos de carnaval, durante las serenatas, van paseando alrededor de los parques los jóvenes de ambos sexos; las mujeres hacia la derecha y los hombres a la izquierda. Los muchachos compran mariposas multicolores (de papel o tela), éstas tienen un pequeño cardo, asegurado con el alambre fino que simula las antenas; cuando pasan junto a la muchacha le ponen la mariposa sobre el pecho. Muchas veces estos inocentes animalitos llevan dentro la misiva que por ningún otro medio ha podido llegar a la dama. Así, no hay muchachas que reúnen diez, quince, veinte mariposas, según sea la situación económica del doncel o según sean los enamorados de su hermosura. Tal vez la primavera perpetua del trópico y la multiplicidad de las mariposas ha dado origen a esta costumbre que es de la gente del pueblo. Pero en el mismo parque pasean todas las personas de las diferentes clases sociales. No hay discriminación racial, porque nosotros sabemos que la sangre que se ve azul en las venas, es precisamente la sangre envenenada por el exceso de carbono. (1)
El maestro Juan Torres nos señala oralmente:
En Jalapa y en Nacajuca , organizaban, estas Estudiantinas, las llamaban, comparsas de capas, por las capas bordadas hermosamente, con Lentejuelas y canutillos, usaban también las panderetas, adornadas con cintas de colores , en ocasiones la pareja de negritos parodiaban a personajes de ese lugar.
El 20 de enero es el comienzo del carnaval antiguamente. Los diversos grupos sociales y culturales de Villahermosa acostumbraban postular a su candidata para reina de las fiestas del carnaval. Esta, a su vez, nombraba un comité que la ayudaba a recaudar fondos para conseguir más votos. En la etapa del cómputo final la que más votos presentaba en dinero, era la ganadora. Para lograrlo, las candidatas organizaban bailes, funciones de cine, comparsas rifas, kermeses, lo que hacía más lucidores los festejos de carnestolendas.
Los comerciantes, los militares, los estudiantes, los funcionarios de gobierno, la sociedad de artesanos y los barrios como Zaragoza, La Punta, Mayito, Madero y las colonias de Atasta y Tamulté, apoyaban con su presencia y fondos, a la candidata de sus preferencias, hasta el último día de carnaval, ganase o perdiese. El sábado, ocho días antes de los clásicos tres últimos días que era cuando el carnaval llegaba a su clímax, se hacían los cómputos finales. Estos cómputos originaron no sólo reyertas y desavenencias entre amigos, pretendientes y partidarios, sino también entre familiares de una u otra candidata. Para evitar fricciones, hubo ocasiones en que se coronaba a dos reinas.
El «rey feo» era el bufón por lo general escogido entre los jóvenes que se prestaban para las guasas pesadas, de los participantes en los desfiles y en las fiestas.
Los niños también tomaban parte, domingo a domingo, durante el tiempo que duraba el carnaval que iba del 20 de enero al martes anterior al miércoles de ceniza; se concurría a la Plaza de Armas de las 5 a las 10 de la noche a lucir los disfraces.
Era motivo de orgullo que tal o cual disfraz fuese escogido como el mejor ese domingo en concursos que se efectuaban por la tarde con jurado del mismo público y un representan te del Ayuntamiento del Centro. El premio para los ganadores, por lo general, eran juguetes de donaban los comerciantes o habían sido comprados con fondos económicas del comité del carnaval.
La juventud villahermosina, por la noche solía acudir a dar vueltas a la Plaza de Armas, con la finalidad de que, al cruce de las miradas, se iniciaran muchas veces romances, o se conociese a quienes acababan de llegar como vacacionistas o turistas.
El confeti de colores, plateado o dorado que los jóvenes y caballeros tiraban en forma cortés a las damas, las mariposas, avioncitos, cupidos y ramitos de flores de papel, que pegados a un cadillo (semilla silvestre llena de espinas) que hacía que estos adornos quedaran prendidos en el vestido (en el hombro) de las jóvenes y que con frases románticas como «me gustas mucho», «dame una cita», «si no me haces caso te pondrás fea», etc., eran el principal atractivo de los paseos dominicales en Plaza de Armas. Al terminar el paseo, las jóvenes guardaban estas artesanías como colección. Las serpentinas anchas o chinas (delgaditas), de colores fuertes que se lanzaban de un extremo a otro, los confetis que se tiraban a los carros alegóricos que giraban alrededor de la Plaza de Armas daban un auténtico ambiente de feria al carnaval. La Plaza de Armas amanecía con una alfombra de confeti cómo de 15 centímetros de espesor el que era aprovechado por personas de escasos recursos para hacer con el mismo cojín, rellenar huevos pintados con anilina que se vendían para romperlos en la cabeza de los jóvenes y bañarlos de confeti de colores.
Las estudiantinas que desde la mañana recorrían las calles y llegaban a las casas, fueron tradicionales. Cada año se esmeraban en superar la anterior, tanto en sus trajes como en. sus canciones. La mayoría fueron organizadas sólo con el afán de divertirse, muchas de ellas eran integradas por muchachos de diferentes rumbos, que aprovechaban los en sayos previos, para efectuar reuniones después de estos.
Domingo a domingo y los llamados tres días de carnaval, se veían por las calles los alegres grupos que formaban las comparsas y las estudiantinas. Las primeras se basaban en canciones de moda y el vestuario consistía en trajes relacionados con el tema de dichas canciones; así había comparsas de odaliscas, rumberas, seres extraterrestres, etc. Las estudiantinas se basaban en música compuesta ex profeso, fueron famosas las de Juan Jovito Pérez y Trinidad Domínguez. Los estudiantes, o sea, quienes integraban la estudiantina, vestían de blanco, con vistosas capas generalmente de tafetán azul, con bordados de vivos colores, lentejuelas, chaquiras y soplillos; llevaban un sombrero también adornado de soplillos y plumas de pavo real, del lado derecho en el golpe del sombrero, se adornaban con espejitos redondos y un juego de teñedores cruzados. Al frente de ellos, iba el bastonero y los principales bailadores de la estudiantina, era la pareja de negros, él vestido a la usanza inglesa del siglo XVIII y ella con vestido rojo de lunares blancos, lleno de arandelas, bailaban el tango y cantaban bellas coplas, acompañándose de castañuelas.
Las comparsas y estudiantinas, terminaban su recorrido al caer la tarde, con una vuelta en Plaza de Armas, para lucirse, luego que todo el día había recorrido parte de la ciudad, presentándose en las casas donde con anticipación habían anunciado su visita y ésta había sido aceptada. En las casas donde actuaban, eran agasajados con bocadillos, refrescos, pozol, dulces, licores y alguna gratificación en efectivo.
El sábado anterior a los tres días últimos de carnaval, se coronaba la reina. Su séquito estaba compuesto por las princesas, que eran las candidatas que habían quedado en segundo y tercer lugar; las damas, amigas que habían participado en el comité de festejos de la ganadora. Vestían trajes de época o de moda, largos y suntuosos, pues la atracción principal, como antes dijimos, la constituía la reina.
El domingo, a partir de las tres de la tarde, los carros alegóricos se reunían en la calle donde vivía la reina del carnaval y de ahí comenzaba el desfile. Los carros representaban distintas alegorías, desde motivos mitológicos hasta regionales, marinos, folclóricos como y en el desfile se reunían familias que, como medio de transporte, utilizaban carretas, bicicletas, caballos o sencillamente a pie, se sumaban al desfile que pasaba por las principales calles de la ciudad y proporcionaba una diversión sana y gratuita a todos sus habitantes.
Es justo que en este capítulo se dé crédito a los artesanos y artistas que decoraron carros alegóricos, tronos y escenarios, y diseñaron atuendos para todos estos festejos y que colaboraron para que estas fiestas llegaran a ser, en su tiempo, las mejores del sureste:
Profr. Carmito Pérez
Profr. Angel Gil
Sr. Homero Fuentes e Hijos
Sres . Severo Brito y Homero Brito López
Sr. Gutemberg Castillo
Sr. Isidoro Gordillo
Sr . Caro Galo
Sr. Onán Acopa
El lunes de los tres días últimos de carnaval, a las tres de la tarde, comenzaba la pintadera. Se cerraban los comercios y se reunían pandillas de jóvenes; primero fueron muchachos, luego comenzaron a participar muchachas, pero de todas formas el estilo de hacer este festejo no varió, ya que se reunían con anticipación huevos descompuestos, tomates pasados, sacos de harina, globos llenos de agua, pinturas de anilina y la travesura consistía en que, quienes salían de su casa a las horas en que los de la pintadera andaban en la calle, eran bañados como que se pudiera, sin consideración. Desde luego el Ayuntamiento, que daba el permiso para estos festejos, avisaba con anticipación las horas que permitía hacerlos. Esto originó, desde luego, que las personas con poco estado de ánimo protestaran porque fueron mojados en contra de su voluntad o manchadas las fachadas de sus casas.
Con el tiempo se suprimieron los tomates, huevos y anilina, pero el agua hasta la fecha sigue siendo utilizada y actualmente la mojadera, con permiso oficial o sin él se sigue haciendo.
El miércoles de ceniza ya había termina-do el carnaval; entonces se quemaba la efigie de Juan Carnaval (un muñeco tamaño natural he cho a base de paja, cohetes, tronadores, luces de bengala, etc.), vestidos algunas veces de gala, otras veces de rey «momo» o como se le ocurriese al patrocinador. Siempre hubo en determinadas calles, como la de Zaragoza, alguien como don Manuel Pérez Cerino, el dueño de la tienda «La Lucha», que año tras año organizaba estas quemas.
En Ia calle antes citada, se reunían jóvenes vecinos de la misma, o de calles adyacentes y se vestían de viudas, o sea de negro, algunos con máscaras salían a llorar por la calle y en medio de lamentaciones y aspavientos llevaban bacinicas o cómodos llenos de líquido amarillento con el cual solían bañar al que se le ocurría asomarse cuando pasaba el cortejo fúnebre.
Antes de la quema se leía el testamento en el cual se dejaba herencia con mala intención, sobre todo a los vecinos que no habían querido colaborar, con su cuota para los gastos de la quema de Juan Carnaval. A las once de la noche se quemaba en un poste de luz, al muñeco representativo de Juan Carnaval y después de contemplar los juegos de luces y la huida de los que podían ser alcanzados por los tronadores y cohetes, la gente se retiraba a esperar el próximo carnaval.
FuenteS:
1.- Alfaro Rendón Rubén (1949) Panorama de Tabasco. Editorial Política Nueva. México. P.62-64
2.- Matus de Sumohano, Edith V. (1984). Lo que el tiempo quiere olvidar. Tabasco.