El cuarto Rey Chontal, llamado Paxua, intentó afianzar la capital de su estado en Tixchel, al parecer situado en la costa de Campeche, muy cerca de la desembocadura del Sabancuy (Scholes y Roys, p.81), pero no pudo resistir la guerra que les hicieron los pueblos de Tabasco, Xicalango y Champotón, quienes finalmente los expulsaron de esa importante y estratégica región costera. Volvió a Tenosique y se afianzó en el Usumacinta y, al parecer, también en las riberas del Candelaria. El sucesor de Paxua, Pachimalaix, se expandió hasta alcanzar la costa de Chetumal, en donde impuso tributos: nuevamente los Chontales en la búsqueda de una salida al mar. A su vez la guerra volvió a incendiarse en territorio de Tabasco: en Balancán, tropas mexicanas al mando de Tzitzimit, forzaron a los Acalanes a abandonar el valle del Usumacinta y a establecerse definitivamente en el Río Candelaria. Allí Paxbolonacha, hijo de Pachimalaix, se consolidó en torno a la capital Itzanca-nac. Cuando Hernán Cortés llegó en el año 1525, en virtud al relato que el conquistador hace, deducimos que Paxbolon había logrado nuevamente abrirse paso e imponer un puerto en la costa, cuando dice «, …y todos ellos salen a la bahía o puerto que llaman Términos. . .» (P.248).
Hemos insertado esta apretada síntesis de la historia de los Acalanes — historia que el lector podrá completar con todos sus detalles en la obra de Scholes y Roys— con el único propósito de mostrar cómo, en los hechos, estos pueblos Chontales habían consolidado un vasto imperio comercial en casi toda el área Maya, y cómo trágicamente presenciamos su extinción en Tixchel. En Tabasco, sin embargo, los Chontales lograron sobrevivir a todos los avatares de la conquista y de la colonización; tal vez, porque en este territorio, no se aplicó ningún plan en donde los pueblos se viesen obligados a abandonar sus tierras y concentrarse en una capital artificial, que los hubiese llevado también a la desaparición. Todavía en nuestros días, los Chontales de Tabasco siguen fieles a su idioma y aferrados a sus tierras; ellos constituyen el rasgo más sobresaliente, en términos culturales, de este orgulloso Estado y han constituido la base demográfica en torno a la cual la población, lentamente, fue recuperando su vigor y su personalidad.
Extracto del libro: