El 26 de noviembre de este nefasto año de 1833, o año del cólera grande, como fue conocido, fue cuando comenzó en San Juan Bautista la terrible epidemia que entonces invadía al mundo, desde las bocas del Ganges; era el cólera morbus o cólera asiático. El primer enfermo fue un soldado de artillería de la milicia local. El morbus llegaba a Tabasco por Chiapas y Guatemala; el centro de la República mexicana ya estaba invadido desde hacía meses del asiático mal; los rebeldes de Guanajuato fueron diezmados por el morbus en esa ciudad; la capital de la República, Puebla, Guadalajara, Orizaba, Veracruz, Oaxaca etc., ya eran presas desde meses antes y aún no convalecían del maligno huésped.
La terrible epidemia pronto hizo estragos en San Juan Bautista y sus alrededores, muriendo 2 500 personas. Su fuerza mayor la tuvo en noviembre, diciembre, enero y febrero, disminuyendo algo en marzo y abril, recrudeciendo nuevamente en mayo, junio, julio, agosto y parte de septiembre de 1834, en que finalizó; casi diez meses de horror, de miseria y desesperación entre las familias.
Durante la negra invasión epidémica, el médico francés doctor don Francisco Corroy, de la Universidad de París, casado en la capital de Tabasco con doña Rosa Campos, tabasqueña, se portó con valor y abnegación, conviviendo con los enfermos en el lazareto de la ciudad, cerca del Panteón Municipal. El gobernador Buelta fue otro benefactor, ayudando con su peculio a la compra de medicinas y antisépticos (ácido fénico), a la integración de brigadas de socorro en los barrios pobres, y a los Municipios del Estado; los recogedores de enfermos, sepultureros adjuntos, etc. don Manuel Ponz y Ardil que tema su botica en la calle del Comercio (hoy Juárez), frente a la casa de los Moscoso (hoy de Romano), y junto a «La Suiza”, ayudó grandemente, suministrando también medicinas a bajo costo y otras veces como obsequio a los pobres. La capital contaba entonces con dos farmacias; la del doctor Corroy, fundada en 1824 y situada en las esquinas de las calles del Correo (después Constitución, hoy 27 de Febrero) y de la Encarnación (hoy 5 de Mayo); y la farmacia «La Nueva”, de don Ponz y Ardil.
También Fray Eduardo de Moneada y el Pbro. del Prado contribuyeron, solicitando limosna a fin de ayudar la situación de los enfermos pobres y sus familias; se escasearon los víveres en el Estado, sobre todo en la capital y hubo necesidad de importarlos de otros Estados y aún del extranjero.
Como los cementerios de las dos iglesias de San Juan Bautista, Esquipulas y la Concepción fueron cerrados por las autoridades debido a la epidemia del cólera, el panteón Civil Municipal o Camposanto de la ciudad recibió centenares de cadáveres de coléricos no sólo de la capital, sino de otros lugares circunvecinos; por tal motivo hubo necesidad de aumentar otro patio o sección, detrás de la capilla, formándose así el segundo patio, llamado también del cólera.
Escribe Humberto Muñoz ortiz en su libro Biografía de una ciudad:
«El 26 de noviembre de 1833 muere en el cuartel de San Juan Bautista un soldado de artillería del terrible cólera morbo, comenzando los estragos en una población empobrecida a causa de las frecuentes revueltas que tenían asolado al país.
Horribles escenas se veían en las casas, en las calles. Un testigo ocular refiere que al cruzar el dintel de una casa, se presentó ante sus ojos un terrible espectáculo verdaderamente impresionante: «Todos los habitantes de la humilde mansión habían sucumbido a los ataques del cólera, y yacían ante mí el padre sobre su lecho de cañas, una de sus hijas tendida en el suelo al lado de la madre que tenía entre sus brazos un niñito muerto. Las otras dos hijas sobre el suelo de la cocina. Juzgué que cuando menos tenían tres días que estas pobres gentes habían muerto, y nadie, fuera de mí, había desde entonces penetrado bajo ese lúgubre techo…»
El checoeslovaco Federico Maximiliano, Barón de Waldeck, pasó por San Juan Bautista después de sus investigaciones en las ruinas de Palenque de donde llegó el 16 de enero de 1834. Expresa que en esos momentos el gobernador y el comandante general se injuriaban por medio de libelos impresos, mientras el cólera seguía haciendo grandes estragos en la pobre población, mártir durante siglos.
Waldeck dice que los síntomas del cólera comienzan con un ligero malestar en la cabeza, seguido una hora después de un insoportable dolor que enloquece, en la misma parte del cuerpo. «Ad cabo de media hora, desapareciendo el dolor de repente, deja esperar que estos primeros síntomas no tendrían ninguna consecuencia. Pero apenas transcurría un cuarto de hora, el estómago era presa de un fuerte calambre que se repetía bien pronto en las extremidades y particularmente én la planta de los pies. Entonces sobrevenían frecuentes vómitos que agotaban la fuerza del enfermo y que persistían de ordinario durante dos horas poco más o menos; las materias expulsadas eran verdes y mezcladas de bilis. Una vez calmados los vómitos cesaban todos los dolores y los pies comenzaban a enfriarse. Un invencible sopor, que al principio de la epidemia se tomaba por un resultado de los esfuerzos del paciente, embotaba los sentidos y las fa cultades; después se perdía el conocimiento y tras una hora de agonía, el enfermo expiraba …»
La historia consigna los esfuerzos del gobernador Buelta por ayudar al pueblo en esta terrible tragedia que lo asolaba, y mientras el cólera hacía tan grandes estragos, el Dr. don Francisco Corroy, antiguo cirujano de los ejércitos de Napoleón en Italia, impartía en forma verdaderamente abnegada sus servicios médicos a la pobre población aterrorizada e incapaz de trabajar, epidemia que dejó un saldo de 838 varones y 543 mujeres que perecieron en San Juan Bautista y que eran enterrados en grandes fosas.
Debido a la verdadera falta de respeto que tanto Martínez de Lejarza, como Manuel Llergo y Evaristo Sánchez tenían para con el gobernador Buelta al que se trató de apuñalear en el propio palacio por Llergo transformado en energúmeno, según las palabras del propio señor Buelta, y en vista de los atropellos del comandante Martínez disolvió el congreso local, se vio precisado a abandonar el poder a fines de enero de 1834.
Waldeck dice que el 9 de febrero de ese año, con motivo del cólera y de las festividades del Cristo Negro de Esquipulas se sacó al santo en procesión por las calles de San Juan Bautista: «Ocho robustos indios llevaban sobre sus hombros, por medio de cuatro largos maderos, una mesa sobre la cual yacía, adherido a su cruz, el Cristo de tinte negro. El cortejo en medio del cual avanzaba esta imagen, era numeroso y pintoresco. Delante del Dios los altos dignatarios eclesiásticos y civiles de Tabasco: El gobernador; el comandante de las armas y una música cuya audición deseo por castigo a mis más crueles enemigos. En seguida una compañía de soldados, una masa del pueblo y mujeres vestidas de blanco llevando en la mano una vela encendida y acompañando la infernal música con los roncos acentos de sus voces gangosas. . . »
Fuentes: