No sólo los vecinos indios —chontales, zoques, nahuas, popolucas o mayas—, negros, pardos, mulatos o españoles, contribuyeron en la construcción del Tabasco colonial; también lo hicieron, extranjeros ingleses, holandeses y franceses enemigos de la Corona española que, como piratas, corsarios, bucaneros y contrabandistas asaltaban navíos y se dedicaban a asolar las costas, y fueron el azote de poblaciones del Golfo de México y de las tres capitales: Santa María de la Victoria, San Juan Bautista de Villahermosa y Tacotalpa. Esta actividad ilícita obligó a modificar en forma continua y radical la fisonomía geográfica, socioeconómica e incluso política de Tabasco.
Dependiendo del área, las actividades de estos criminales podía variar, las acciones de despojo a navíos ocurrían en las costas y ríos buscando robar las remesas de la Corona y a menudo asaltaban pueblos tierra adentro para llevarse el oro y platería de las iglesias así como las cargas de cacao. También se dedicaban al secuestro de comerciantes y funcionarios locales para exigir por ellos rescate, o venderlos como esclavos en otros dominios ingleses (Isla del Carmen, porciones de Centroamérica, Nueva Inglaterra y Virginia, las Antillas, etc.)
En 1733 el alcalde mayor de Tabasco, Francisco López Marchán fue apresado por una fragata inglesa y vio en Jamaica a hombres de Campeche y mujeres de Tenosique, vendidos allí como esclavos.
La presencia de estos depredadores merodeando las costas de Tabasco está documentada desde al menos 1557, pero es a partir de 1596 cuando arreciaron sus ataques, al adueñarse de los alrededores de la Laguna de Términos y de la isla que entonces se conocía con el nombre Trix o Tris como abreviatura de “Términos”. Esa área durante la época colonial constituyó la frontera de la alcaldía mayor de Tabasco con la gobernatura de Yucatán, situada con exactitud en la denominada Boca Nueva, hacia la mitad de Isla del Carmen.
La laguna les proporcionaba una posición estratégica, la usaban de área de abastecimiento y podían guarecer sus naves ahí en caso de huracanes, así mismo mezclaban su actividad con la caza del ganado cimarrón que pastaba en las amplias sabanas vecinas que era una actividad muy productiva y que se constituyó en la segunda fuente de ingresos para la provincia.
En 1682 el virrey tuvo que ordenar se recogiese en la provincia todo el ganado que deambulaba en montes, casas y sementeras; se le enviase a las carnicerías y se empleara el dinero obtenido por su venta para obras de defensa.
Los piratas asentados en Términos se dedicaron al productivo negocio de robar animales ajenos, el pirata William Dampier llegó a calificarlo como su principal base de sustento. Así mismo ampliaron sus horizontes al dedicarse a obtener pieles de los “caimanes” y carne de manatíes y hasta se crearon el apelativo bucaneros, proveniente de los tapescos denominados boucan que empleaban para asar la carne del ganado.
Pero la actividad más redituable, que en buena medida alentó el que decidieran instalarse de manera permanente en Laguna de Términos, el actual Belice y partes de la costa hondureña, fue el árbol conocido como ek por los mayas, palo de tinte o tinto por los españoles, empleado sobre todo para obtener tintes para el mercado textil que representaba un excelente negocio.
A partir de la última década del siglo XVI los ingleses habían atacado a Santa María de la Victoria en varias ocasiones, fue incendiada en 1597, 1600 y 1614 y los asentamientos vecinos (como Atasta y Tamulté), fueron sitios favoritos para sus actividades de saqueo. Más tarde se les sumaron piratas de otras nacionalidades.
En 1640 un grupo de 17 urcas (barcos grandes) holandesas arrasaron de nuevo Santa María y ultimaron a 13 de los vecinos y volvieron a atacar, alternándose con los ingleses, que asolaron la villa el 25 de agosto de 1643 y de nuevo en 1644.
En 1640 un grupo de 17 urcas (barcos grandes) holandesas arrasaron de nuevo Santa María y ultimaron a 13 de los vecinos y volvieron a atacar, alternándose con los ingleses, que asolaron la villa el 25 de agosto de 1643 y de nuevo en 1644.
Entre 1648 y 1650 los piratas arremetieron contra los pueblos indios de Oquilzapotlán, Oxiacaque, Cupilco, Tamulté de la Sabana, Oceloteupa, Chichicapa y Boquiapa; en 1677 tocó el turno a Villa Vieja, Jalpa y Amatitán.
Los ataques constantes obligaron a modificar no únicamente paisajes urbanos o agrícolas; lo hicieron incluso en cuanto a lo político. Poco a poco los asentamientos de la provincia, se vieron replegados a las tierras interiores; primeras hacia La Chontalpa y más tarde, cuando los piratas se aventuraron mucho más allá de las barras y bocacosta, hacia La Sierra, la región colindante con Chiapas.
El 24 de febrero de 1665 entraron los piratas a Villa Hermosa, la cabecera de la provincia a las cuatro de la madrugada sorprendiendo a los adormilados habitantes. Profanaron los templos robando lo de valor y allanaron las casas llevándose armamento y pólvora; aprisionaron al alcalde, a su mujer, al sargento mayor y a otros vecinos, no se salvaron mujeres y niños, a los que quitaron su dinero y sus joyas, y se apoderaron de una fragata que había en el río para dirigirse a una estancia de ganado llamada Santa Teresa, en la que dejaron sólo a las mujeres, llevándose a los demás, a los que soltaron más adelante llevándose otra fragata que hallaron, alimentos y más artillería.
Ante tanto acoso de los piratas, se decidió finalmente, en 1666 trasladar la capital de la provincia a Tacotalpa de la Real Corona, situada en la Sierra. Algunos indios prefirieron unirse a los piratas a seguir sufriendo sus ataques, como se registró en Petenecte, en la apartada región de Los Ríos donde se rebelaron los naturales el 3 de mayo de 1678 y mataron al encomendero y a otros 14 españoles mientras dormían.
La Corona no podía detener los ataques y saqueos de los extranjeros, buscando sustraer a los indios de la amenaza y la influencia de los piratas, varios pueblos fueron reubicados, pr ejemplo en 1651 se cambiaron a zonas más seguras a los poblados de Oceloteupa, Cupilco, Chichicapa y Boquiapa. Un asunto que les preocupaba enormemente además de las agresiones piratas, era la deserción de tributarios, en la provincia escasamente quedaban menos de mil habitantes, y abundaban las tierras y cacotales abandonados.
En 1677 el alcalde mayor de Tabasco, Diego de Loyola, se dirigió al virrey informándole del saqueo de dos pueblos de La Chontalpa, Jalpa y Amatitán, y la deserción de los llamados pueblos cimatanes (Cunduacán, Santiago Cimatán y Cuaquilteupa), que abandonaron casas y cacaotales y se fueron a la alcaldía contigua. Mientras que amenazaban con hacer lo mismo los habitantes de Tamulté de la Sabana, Tamulté de la Barranca y Tabasquillo, quienes huyeron a los montes tras los ataques piratas intensos. Para evitar su huida, fue necesario otorgarles tierras más adentro: a los dos primeros en la provincia de la Sierra y al tercero en La Chontalpa, lejos de donde los piratas pudiesen asediarlos.
El mayor triunfo contra los piratas se registró en 1598, cuando un grupo de indígenas derrotó a los ingleses en Cacaos. En otras ocasiones se unieron indios, castas y españoles, como ocurrió en la barra de Dos Bocas en 1651, cuando 30 españoles, mestizos y mulatos con armas de fuego y 30 indios flecheros sorprendieron a los piratas mientras reparaban los cascos de tres bajeles.
Con un enorme retraso de casi seis meses, la Junta recibió posteriormente una carta del atribulado alcalde mayor: los piratas de la laguna amagaban dos o tres veces al mes con entrar a la provincia; la inseguridad era creciente, la economía desfallecía. Urgía hacer volver a la gente de Santiago y Cunduacán fugados a Chiapas, así como a los de Huimanguillo y Boquiapa, que emprendieron la huida hacia los Ahualulcos, y quitar tributos a Jalpa, Amatitán, los dos Tamultés y Chichicapa; saqueados los dos primeros y reubicados los últimos.
Falto de efectivo proponía sacar a remate de inmediato los oficios de cabildo y escribano. Con ello podría avanzarse en la construcción de un almacén en Villahermosa, 15 las casas de cabildo y la cárcel, y de paso pagarle algo de lo que había gastado de su peculio “en montar la artillería que el enemigo quemó”. Ya no contaba con medios para salir avante: incluso había empleado el hierro de una embarcación, La Pescadora, para la factura de picas y las cajas de artillería. El fiscal aprobó algunos de los puntos y desechó, aquellos que a su juicio lastimarían los intereses de la Real Hacienda.
Hubo un acuerdo de la Junta General de Hacienda, que por solicitud del virrey sesionó el 7 de diciembre de ese 1677, acordó enviar 50 infantes para proceder a “limpiar todas estas costas y especialmente la Laguna de Términos” de los piratas que la infestaban, pero los tabasqueños, apoyarían pagando cuatro meses el sueldo y manutención 25 de los infantes solicitados.
El 28 de abril de 1678 el alcalde hizo pregonar por las calles de Tacotalpa que se citaba a los vecinos para que “discurriesen” dónde se ubicarían los 25 infantes y, por supuesto, cómo se cubriría su salario. Los vecinos externaron unánimes su asombro y malestar, la provincia se hallaba despoblada ante el acoso de los piratas y sentían que se habían comportado como verdaderos patriotas al apoyar a los cuerpos de seguridad descuidando sus actividades económicas, campos y haciendas y se les pedía pagar a la infantería.
A fines de 1690, el virrey recibió una carta de los vecinos de Tabasco quejándose de que el nuevo impuesto había aniquilado el comercio, y que no se había observado mejoras en la seguridad con los «infantes”. Al Virrey pareció no importarle mucho el problema y en 1692 impuso un nuevo impuesto sobre «mercaderías, géneros y frutos» a fin de contar con efectivo para pagar a quienes custodiaban las costas. Todas las medidas resultaron inútiles porque frecuentemente el dinero terminaba a en los bolsillos de los funcionarios.
La actividad de los piratas en el territorio tabasqueño no mermaría sino hasta 1717, cuando, uniendo fuerzas, Veracruz, Yucatán y Tabasco lograron expulsarlos de la zona que habían ocupado durante 121 años. Sin embargo se sabe que hacia 1743 todavía los mercantes preferían emplear las pantanosas rutas interiores buscando burlar a los piratas. A mediados de ese siglo se optó por soluciones radicales: en 1765 se obligó a los indígenas tabasqueños a desviar el antiguo cauce del Mezcalapa, que drenaron sobre un brazo del Grijalva que pasaba Villahermosa y se fortaleció la defensa destacando nueve compañías de infantería y lanceros compuestas de 800 pardos y laboríos, y una de caballería que integraban 100 españoles.
A pesar de ello a fines del siglo XVIII la provincia, en particular La Chontalpa, sufrió los saqueos perpetrados por el grupo que comandaba un indígena de Jalpa, popularmente conocido como Lorencillo por sus nexos con los ingleses, que atacaba haciendas ganaderas.
Las guerras de Independencia no libraron a los tabasqueños de la presencia de “corsarios”, pero esta vez se trataba de piratas nacionales que saqueaban a la Corona para contribuir al nacimiento de una nueva nación; buscaban apoderarse de los cargamentos para comprar, armar o alimentar a las tropas que luchaban por sacudirse el yugo hispano.
Fuentes: