Los desorejados
Leyendas rescatadas por Justo Cecilio Santa-Anna en su libro Leyendas y tradiciones de Tabasco
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LOS DESOREJADOS

DEL LIBRO LEYENDAS Y TRADICIONES DE TABASCO
De: Justo Cecilio-Santa Anna
En 1778 los indígenas de Tabasco, cansados de llevar pacientemente y en amor de Dios la tiranía despiadada de españoles y criollos, decidieron acabar de vina vez por todas con sus opresores y tramaron una conspiración cuyo objeto único era recobrar la perdida libertad, asesinando a todos los europeos y sus descendientes, sin perdonar niños, ancianos, ni mujeres.
Concertado estaba el plan; ya los emisarios de los conspiradores habían logrado poner de acuerdo a todos los indígenas desde Tenosique hasta Ocuapam y sólo esperaban el día señalado para levantarse en masa y obrar según sus terribles proyectos, contra los que, no contentos con quitarles patria y religión, habíanlos convertido en esclavos, reduciéndolos al último extremo de abyección y miseria; cuando las autoridades virreinales descubrieron, llenas de espanto, el tenebroso proyecto.
La historia y la tradición nos refieren cómo llegó a conocimiento, primero, del Alcalde de Teapa, y después a noticia de las autoridades residentes en Villahermosa, el intento de los naturales. Uno de los más notables jefes de la conspiración, acaso
el primero que pensó en ella, fué el cacique de Tecomajiaca, indio de calidad, cuyo prestigio era grande entre los de su raza, que ya en otras ocasiones se había hecho sospechoso a las autoridades españolas de Tabasco por sus ideas levantiscas y el odio que, en todo, demostraba a los dominadores extranjeros.
La esposa de este cacique, llamada Pascuala Chávez, presenció muchas de las reuniones celebradas en su propia casa por
los conspiradores, y, aunque abrigaba, como todos los suyos, aborrecimiento mortal y odio implacable hacia sus opresores, sentíase a las veces mortificada por escrúpulos, de conciencia que, durante largas noches, no la dejaban conciliar el sueño. Era católica ferviente; había sido educada en la casa de un español rico y profesaba entrañable cariño a las hijas de éste, a las cuales había visto crecer y con ellas había aprendido la doctrina cristiana.
Fuente:
Santa Anna, Justo Cecilio (1926) Leyendas y tradiciones de Tabasco. Secretaria de Educación. Talleres Gráficos de la Nación.
De allí sus dudas y remordimientos al pensar que sus protectoras y, más que protectoras, amigas de la infancia, iban a correr la misma suerte que todos los de raza blanca, destinados a perecer a mano de los indígenas; considerando también que entre los culpables pagarían con la vida, por ajenos desmanes, mayor número de inocentes. Además, esto ofendería, cómo no había de ofender, a la Virgen Santísima de quien ella era ferviente devota, y se imaginaba en medio de sus cavilaciones, cuando iba los domingos a la iglesia, que la celestial señora le dirigía miradas de reproche y su divina frente se nublaba con una tristísima sombra de dolor.
A la postre, la tensión de sus nervios fue tal, que no pudo resistir, y un sábado por la noche, durante la cual tuvo penosísimos ensueños, resolvió confesar sus culpas al siguiente día al sacerdote del pueblo y, de la manera más embozada que pudiera, revelar algo de lo que se preparaba, a fin de salvar a sus amigas y protectoras, sin comprometer la causa de los suyos, lo cual, ya se ve, era punto menos que imposible; que el cura de almas, por poco avisado que fuera, pronto sacaría el hilo por el ovillo y se enteraría de todo, sonsacando la verdad a la incauta indígena.
 
Tal sucedió; repicaban alegremente las campanas de la parroquia, cuando Pascuala Chávez, pálida como una desenterrada, se arrodillaba ante el confesonario, sintiendo que el corazón quería salírselé del pecho y luchando con mil encontrados pensamientos que la volvían loca. Pero no hubo remedio; comenzó con reticencias y fue soltando sus revelaciones, primero con frases interminables y llenas de tenebrosidades, para concluir por cantar de plano; que el confesor, después de persuadirse de que se trataba de algo grave, fue tirando de la lengua a su hija de confesión para averiguarlo todo punto por punto, hasta arrebañar en el cajete.
 
A la hora no bien cumplida de haber terminado su confesión la mujer del cacique de Tecomajiaca, ya el señor Alcalde de Teapa estaba enterado del caso y tomaba medidas para poner a buen recaudo a los presuntos conspiradores, haciendo instruir las primeras diligencias, y un correo, con pliegos en que se explicaba menudamente lo que ocurría, fué despachado a la capital de la Provincia, previniendo a las autoridades principales de Ja misma, para que estuvieran apercibidas a todo evento.
 
Los conjurados fueron desde luego sometidos a un proceso que terminó con sentencia condenatoria, imponiendo a los caciques y cabecillas de la conspiración la pena de ser desorejados por mano del verdugo, cada cual en el pueblo de su domicilio, para escarmiento de los naturales sus convecinos, quienes, desde entonces, no han vuelto a intentar nada contra las castas privilegiadas de blancos o mestizos.
 
La Chávez, según cuenta nuestra historia, fué ennoblecida por el rey de España en premio del servicio prestado a la Corona; siendo su ejecutoria de nobleza trasmisible a sus descendientes. Por donde se ve, que por muchos caminos se llega a Roma.
 
Hasta hace pocos años, existían ancianos que aseguraban haber conocido indígenas del número de los desorejados, y viven aún descendientes de la célebre esposa del cacique de Tacomajiaca.