El Cine Usumacinta, propiedad de los hermanos Cabrera Sibilla, estaba situado exactamente en el mismo lugar en que se ubicó después el cine Ena, era pequeño y sin muchas pretensiones. Sus butacas eran de madera y tenía grandes abanicos en el techo para refrescar del fuerte calor y que las personas pudieran disfrutas las dos películas que diariamente exhibían.
Además de los bailes populares en el parque el cine era el lugar de entretenimiento más frecuentado por la ciudadanía.
Con grandes magnavoces anunciaban las películas de la noche y luego ponían a todo volumen música popular, que llegaba a casi todos los rincones del pueblo. Pero había dos piezas españolas favoritas para los aficionados al cine: «Las cuerdas de mi guitarra» y «La Virgen de la Macarena».
Cuando sonaba por el altavoz la primera, los que estaban retrasados se apuraban y corrían al cine porque sabían que esa canción era la penúltima antes del comienzo de la función. Luego se escuchaba «La Virgen de la Macarena» (Macarrona, como decía un turco del pueblo) que era el último chance para llegar al cine iluminado, porque al terminar esa pieza musical, automáticamente se apagaban las luces y era una oscuridad tan tremenda que corría uno el peligro de sentarse en las piernas de alguien.
Las películas que ofrecía el cine creo que eran seis a la semana, proyectadas de dos en dos. lunes, miércoles y viernes eran los días de estreno, es decir que en los días restantes de la semana se repetía la pareja de películas estrenada el día anterior.
Las dos mejores se dejaban para el fin de semana, cuando el cine se abarrotaba hasta la asfixia. Era de esperarse que fueran las de más acción, generalmente de vaqueros o charros mexicanos donde había muchas peleas, borracheras, tiros y canciones.
El domingo por la mañana había una función de matinée con películas de series de Tarzán y algunas veces de Walt Disney.
Generalmente entre semana no dejaban entrar niños, a menos que se le colaran al portero Feliciano Cabrera conocido como “Chano”, para que no fueran al día siguiente desvelados a la escuela o porque las películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, las de cabares o de vaqueros tenían muchas escenas fuertes e inconvenientes para los pequeños.
Cuando pasaban películas de María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Pérez Prado o Tongolele, se llenaba a reventar el cine y ¡qué buenas ganancias tenían entonces los Cabrera!.
Como pasaban dos películas, entre una y otra , había un intermedio o receso de unos quince minutos que podía prolongarse hasta treinta, para que todos los asistentes pudieran comprar sus paletas, refrescos o dulces en el “salón Azul”, que era la paletería-refresquería-dulcería del cine.
Cuando eran muy largas las películas, le daban su recortadita antes de pasarlas porque además de que la gente se cansaba mucho echándose dos películassentados en butacas de madera, también se aburría mucho cuando los diálogos eran muy largos, más si eran con rotulitos. Aquí debo mencionar a un conocido señor del pueblo, a quien las películas extranjeras con traducción escrita le salían muy caras porque, según él mismo decía, el primer día iba a ver las «figuritas» y el segundo, a leer los rotulitos.
Cunado recortaban las películas dejaban solo lo más esencial e interesante: la acción. A veces era difícil entenderlas bien porque les recortaban tanto los diálogos que era imposible comprender actitudes y acciones de los protagonistas.
Después del cine, todo el mundo pegaba la carrera a su casa porque “ahí nomás” venía el apagón que anunciaba el corte definitivo de la luz en quince minutos. Así que por cualquier emergencia, los asistentes al cine, además de su abanico de mano, llevaban siempre un foco de pilas. (1)
En el cine Usumacinta también se organizaban veladas artístico culturales, la entrada a las cuales costaba un peso, cantidad elevada para esa época. Sin embargo, casi siempre se llenaba el local de espectadores impacientes por ver a los improvisados artistas de la juventud de aquel entonces y a los que el público, con mucha generosidad, alentaba con sus aplausos y gritos de entusiasmo. (2)
En época de lluvias torrenciales el río se desbordaba de su cauce y se inundaban los patios de las casas y muchas chozas que estaban cerca del río. Algunas veces, llegaba la inundación hasta la primera calle, la del mercado y el cine. (3)
Fuente:
(1) Almada de Miranda, Coty Boullé (1994) Recuerdos de Montecristo. Emiliano, Zapata, Tabasco. Fundación Emiliano Zapata Cambio XXI. Luis Donaldo Colosio, A.C. 21-22 -73
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