José el Cieguito pasaba casi a diario por la calle Rosales tanteando su recorrido hasta la esquina
de Juárez y Lerdo. Era común verlo poyado en la pared, cantaba acompañado de su guitarra.
La gente por maldad le gritaba: “se va acabar el mundo”, y él empezaba a repartir bastonazos y varias veces rompió los cristales de aparadores y autos.